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14 agosto, 2013

Comprender lo incomprensible

Días en los que te levantas y lo único que quieres es volverte a dormir. Veces en las que sientes que, de repente, sin saber por qué, estás solo. Momentos en los que prefieres hundirte en tu propia soledad, pero a la vez necesitas compañía. Situaciones que no provocas, pero te ves involucrado en ellas. Noches en las que las lágrimas florecen sin esfuerzo alguno. Sonrisas ahogadas en llanto. Deseos perdidos en la oscuridad de tu habitación. Sensaciones amargas con las que compartes almohada. Silencios perdidos entre carcajadas de los demás.
Tu autoestima vaguea entre callejones sin salida y te encierra en un círculo vicioso. La niebla de tu vida ha borrado el brillo de tus ojos, y tu corazón no late con tantas ganas.
Hacía tiempo que no te sentías así.
Podrías someterte a una línea imaginaria que limitara tus deseos en la realidad. De hecho, es lo que haces. Y en vez de enfrentarte e intentar borrarla de tu mente, cada vez la marcas más fuerte, hasta que te es imposible sobrepasarla. Te rindes. Te sientas, agachas la cabeza y suspiras. Qué vida más puta, ¿no?
Pero mira, aquí sigues, aguantando lo que te echen. Tragando y tragando. Llenando tu vida de malos ratos, viendo el vaso medio vacío, en vez de medio lleno.
Y bueno, aquí estoy yo; comprendiendo lo incomprensible.