Y que bonitas se ven las cosas cuando no hay qué te preocupe. Cuando sabes que lo único en lo que va a insistir tu familia es en tu felicidad. Y los días pasan, y poco a poco, te vas dando cuenta de que la familia no son los que comparten tu misma sangre, sino todos aquellos que compartan su vida contigo. Eso es verdaderamente una familia; dime si nunca has considerado a una mascota parte de tu vida, si nunca has sentido tener una hermana en vez de una amiga, si nunca has estado convencida de que ese chico especial empezó a ser parte de tu familia sin necesidad de firmar un papel.
Pero como todo, siempre hay algo que te frena y te hace pensar las cosas dos veces. Retrocedes a ese momento, a ese instante en el que no te hizo falta pensar. No pensaste porque hiciste lo que sentiste, y para ello no necesitas pensar.
La adoras, la quieres, te hace falta, la echas de menos. No la tienes a tu lado, y puedes pensar lo que sientes, pero no hacer lo que quieres. Por eso. Una simple razón como esa te dice que esta vez no te toca sentir, te toca pensar, y piensas:
Todo eso que fuimos y que prometimos ser. Todo eso que quisimos y queríamos tener. Todo eso que ahora ya no está. Todo eso que fue, pero ya no será.